Marco volvió esa misma noche a Manhattan en un vuelo, hecho trizas.
En cuanto el avión aterrizó, se dirigió corriendo a casa de Sofía. Cuando abrió la puerta, Sofía apareció medio dormida apoyada contra el marco. Al verlo, se lanzó sobre él rebosante de alegría.
Pensó que había ganado.
Justo cuando extendió los brazos para abrazarlo, la mano de hierro de Marco se cerró alrededor de su cuello, y unos minutos después la lanzó con brutalidad contra el sofá.
—¿Quién te dio permiso para mandarle esas capturas de pantalla a Isabella? —Le rugió enfurecido.
Sofía luchó aterrorizada, clavando con fuerza las uñas en su muñeca, pero sin conseguir que se relajara ni un ápice la presión.
—¿Te has vuelto loco o qué, Marco? ¡¿Acaso piensas matarme?!
—Por tu culpa ella tiene una mala impresión de nosotros —gruñó enfurecido—. ¿Satisfecha ahora?
—¡Te juro que no fui yo quien las mandó! —Sofía empezó a mentir—. Ah… ahora lo recuerdo, hubo un día que Isabella entró a tu oficina... seguro fue entonces cuan