A la hora del almuerzo, al ver que aún no regresaba, el rostro de mi madre se nubló. En su familia, las normas eran sagradas: las comidas se servían a horas fijas, y todos debían estar presentes. Era una tradición inquebrantable.
—¿Siena sigue sin aparecer? ¡Solo era comprar algo para Laura! ¿En qué se habrá entretenido? —refunfuñó, irritada.
Mi hermano no perdió la oportunidad de avivar el fuego.
—Lo hace a propósito. No soporta que tratemos bien a Laura y quiere castigarnos haciéndonos esperar. ¡Qué malvada es!
—¡Basta, Juan! Siena es tu hermana —intervino mi padre, lanzándole una mirada gélida antes de volverse hacia mamá—. David dijo que iría a buscarla. Seguro que están juntos ahora.
Mi madre apretó los labios, furiosa.
—No importa. Comamos primero.
David había pasado el día en una subasta, comprando un collar de piedra lunar exorbitante para mí. Quería darme una sorpresa.
Pero, al intentar llamarme, descubrió que mi teléfono estaba apagado. Y, cuando llegó a la villa y to