Al salir de la cabaña de sanación, vi a Juan. Tres años habían pasado, y había madurado bastante.
Al menos, al verme, ya no mostraba la misma aversión de antes.
—Te fuiste sin decir nada durante tres años, Siena. Eres increíble— dijo, antes de suavizar un poco su tono.
—Vamos a casa. Mamá y papá te extrañan mucho.
Yo ya tenía planeado regresar, así que subí al coche con él.
Al llegar a la entrada de la casa, nos encontramos con Laura y su hija, paradas afuera.
Al ver el coche de Juan acercarse a la villa, Laura se abalanzó hacia nosotros.
—¡Juan, escúchame! ¡Yo no hice eso, por favor, no me echen!— suplicó.
Pero al verme bajar del coche, sus ojos se llenaron de sorpresa y luego de odio.
—¿Eres tú? ¿Para qué volviste? Te fuiste tan decisivo, y ahora regresas arrastrándote como una perra.
Su voz goteaba rencor, como si en cualquier momento fuera a lanzarse sobre mí para despedazarme.
Juan se interpuso entre nosotras y la miró con frialdad.
—¡Lárgate! Esta es la casa de Siena. Puede volve