David subió al segundo piso con los restos del vestido de novia en brazos y entró directamente en mi habitación.
Al abrir la puerta, no podía creer lo que veía.
La habitación estaba vacía, convertida en una sala de baile infantil.
Mi cama, ropa, ni rastro de mi existencia habían desaparecido.
David se puso una mano en el pecho, sintiendo un dolor desgarrador.
Sabía que nunca había sido importante en esa casa, pero no imaginaba que me hubieran borrado tan completamente.
Con solo unos días fuera, hasta mi propio espacio había sido arrebatado.
Entonces, entendió la desesperación y el dolor que debí sentir aquel día en que él me abandonó para llevarse a Laura y a su hija.
Al mismo tiempo, una indignación ardiente creció en su interior: “¿cómo había estado todos esos años?”
Con el rostro sombrío, David giró para marcharse y se encontró con Juan, que lo había seguido.
—¿Acaso Siena no es la verdadera hija de esta familia? —fue lo único que dijo antes de irse.
Juan, también veía la habitació