Capítulo 4
Mientras permanecía aturdida, Laura, ante mis ojos, le dio un fuerte pellizco a Ana. La niña rompió a llorar, y mi madre salió de la habitación con el rostro lleno de preocupación, tomando a la pequeña en sus brazos.

—¿Ya terminaste, Siena? —dijo con frialdad—. Ya se disculparon contigo, ¿qué más quieres? Laura sabe que no la soportas, por eso se mudó fuera. Incluso después de romper su vínculo de compañero, no se atrevió a volver. ¿Aún no estás satisfecha?

Alejó a David de mi lado y me lanzó una mirada cargada de reproche, antes de decirle:

—No le hagas caso. La has malcriado demasiado. ¡Siempre está montando escenas por todo!

Laura, con lágrimas en los ojos, miró a mi madre con falsa fragilidad.

—Mamá, es mi culpa. Sabía que a Siena no le agradaría… no debí regresar.

En ese momento, mi hermano Juan salió corriendo y me empujó con violencia, colocándose frente a Laura como un escudo.

—¡Siena! Te has aprovechado de la culpa que papá y mamá sienten por ti para atormentar a Laura una y otra vez. ¡Que quede claro, para mí, Laura es mi única hermana! Si vuelves a molestarla, ¡no respondo por mis actos!

En esa casa, nadie me quería.

Siempre lo había sabido. Mis padres, incluso Juan, trataban a Laura como una princesa. Creían que yo era egoísta, que la acosaba, que carecía de compasión.

Juan y yo deberíamos haber sido hermanos unidos, pero ahora éramos enemigos.

Al principio, cuando regresé, mis padres sintieron remordimiento. Pero, con el tiempo, sus miradas se llenaron de fastidio… hasta convertirse en puro desprecio. Decían que no entendía los modales de los lobos nobles, que era grosera, mentirosa y mezquina. Y que Laura era la hija que merecían, no una vulgar como yo.

Me llevé una mano al pecho, donde el dolor arremetía con fuerza, y solté una risa amarga.

¿Acaso no lo sabía desde siempre? ¿Por qué seguía doliéndome cuando ellos defendían a Laura?

Bajé la cabeza y dejé que las lágrimas resbalaran libremente.

—Perdonen… no quise culpar a Laura. Esta también es su casa. Que vuelva a mudarse aquí.

Juan parpadeó, desconfiado.

—¿De verdad? ¿O es otro de tus planes para lastimarla? ¡Basta de juegos!

—¡Basta, Juan! —interrumpió mi madre, volviéndose hacia mí con una sonrisa triunfal—. Por fin, maduraste, Siena. Deja esos celos absurdos hacia Laura. Si te disculpas como es debido, ella, siendo tan bondadosa, te perdonará.

—Sí, mamá —asentí, sumisa, ahogando la amargura en mi garganta.

Era la última vez que cedía. Hoy mismo tomaría el tren y me iría para siempre al Norte.

Tomé mi bolso, donde solo llevaba unas pocas prendas. Todo lo que ellos me habían regalado lo dejaría atrás.

Lo que nunca fue mío, no merecía nostalgia.

—Siena, ¿adónde vas? —preguntó mi madre justo cuando cruzaba la puerta. Su voz sonó inusualmente preocupada.

—A comprarle algo a Laura… para celebrar su regreso.

Era mi primera mentira, pero no sentí culpa. Solo un alivio frío y ligero.

Mi madre suspiró:

—Vuelve lo antes posible. Y sé amable con ella, somos familia.

—¡Espera, Siena! ¡Te llevo en el coche! —dijo David, que acababa de calmar a Ana, corriendo hacia mí con las llaves.

Pero, al girar, Laura volvió a pellizcar a la niña y el llanto desgarrador captó todas las atenciones.

—David —dijo mi madre con tono lastimero—, déjala. El centro está a media hora. Ana te necesita más…

David vaciló, y sus pasos hacia mí se detuvieron.

—Siena… vuelve temprano. Ana es pequeña y no puede quedarse sola… —murmuró, derrotado.

No respondí.

Caminé hacia el portón sin mirar atrás, dejando a mis espaldas las risas y las voces que no me pertenecían.
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