Ella lo miró muy preocupada. Mientras el reflejo de las luces de la ciudad le bañaba el rostro.
El motor rugió cuando Kaiser aceleró.
—No es tiempo de decir estupideses —dijo Margaret en voz baja, mirando hacia adelante.
El auto se perdió entre las luces de la ciudad, dejando atrás el consultorio en ruinas, los casquillos calientes y el eco de las sirenas.
El principio del fin acababa de comenzar.
Varias calles despues dejaron bajar a las enfermeras, pero el doctor decidió quedarse para cuando estuvieran en un lugar seguro poder atender a Dante por petición a sus dos hombres de seguridad.
Dante tiene la chaqueta manchada, una mano apoyada en un costado donde la camisa empezaba a mancharse.
La enfermera, unas calles atras, con el celular pegado al oído, habló nerviosa cuando supo quien la llamaba:
—¡Vicki, estoy llamando al doctor y al numero de Margaret y no responde que son esos disparos¡
—Marco, escucha… Dante la tiene, se acaban de ir… ¡sí, sí, se la está llevando, el doctor se q