Afuera, la noche era un manto oscuro, solo interrumpido por las luces tenues de los faroles en la calle desierta. El cuerpo de Rose yacía en el suelo, tembloroso, su vestido estaba rasgado y su rostro marcado por el miedo. Sus ojos se movían frenéticamente en busca de una salida, pero no había escapatoria. Los hombres de Don Carlo ya la rodeaban, con miradas impasibles y manos preparadas para ejecutar su destino.
Uno de ellos sacó un revólver y lo amartilló lentamente. Rose sollozó, sacudiendo la cabeza con desesperación.
—¡Por favor! —gritó con la voz rota—. ¡No me maten, no quise hacerlo! ¡Fue ella, Ava, fue ella quien me manipuló!
Los hombres no respondieron. Solo intercambiaron una mirada entre ellos antes de que el líder del grupo, Marco, se acercara con una soga en la mano.
—Órdenes son órdenes, muñeca —dijo con una sonrisa cruel, rodeándole el cuello con la cuerda.
Rose forcejeó, pero sus manos atadas le impidieron luchar con eficacia. Sintió cómo la soga se tensaba y su r