Ruin y descorazonado

Con el alma destruyéndose en pedazos y mi corazón sin fuerza por esa humillación vivida, los guardias procedieron a acomodarme en una de las sillas, tapada con la capa para ocultar la sangre a los ojos de los que vendrían. Sequé mis lágrimas, tragando el sufrimiento para aparentar una máscara de cordialidad fría.

Lipp se sentó a mi lado, comenzó a platicarme sobre los animales de granja que habíamos conocido el día anterior. No podía demostrar el dolor que experimentaba en esos momentos. Por lo cual, busqué contestar cada palabra como si nada ocurriera. El ardor de la tela comenzó a filtrarse en mi piel.

Allí fue cuando me percaté, de que esa capa tenía sal embardunada por dentro, lo cual comenzaba a arderme de un modo terrible. Empecé a lagrimear por el dolor.

—¿Estás bien, mami? —preguntó Lipp.

Su padre, al otro lado de la mesa, festejaba sus triunfos, logros y títulos. Su carcajada inundaba la sala, los presentes lo considerarían un hombre de lo más alegre.

Miré al pequeño mientras
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