Misterio en la noche

Lo vio acomodando una manta en el suelo, para proceder a acostarse allí, suspirando y mirando el helado suelo.

—Lo siento, no debería estar ocupando tu cama. —Eva se sentía culpable, había hecho tanto por ella. Habían pasado tres días y estuvo cuidando sus heridas, alimentándola y cuidándola como un guardián.

—No importa, de todas formas, duermo poco. —Astor sonrió, tapándose con la cobija para protegerse de la luz que se filtraba por la ventana.

Eva notaba que dormía poco por las noches, un máximo de tres horas y luego de marchaba, para volver a las dos horas y seguir durmiendo. No podía seguirlo para averiguar qué hacía, todavía tenía la pierna muy lastimada, pero la curiosidad la dominaba. Era un hombre misterioso, con hábitos extraños y una sonrisa sincera, quería conocerlo a fondo. Su fuerza abismal y su carácter la habían embelecado, siendo algo tan distinto a lo que conocía, al fin podía ver el mundo. Solo estaba en la cabaña, pero para ella era una tierra diferente, cálida, llena de oportunidades. Astor la mantenía a salvo, nunca se oían guardias buscándola ni nada por el estilo, por lo que podía respirar tranquila sin miedo a ser descubierta.

Cada mañana despertaba con la luz del sol entrando por la ventana, a su lado Astor dormía en el suelo y a veces le costaba levantarse, lo que daba mucha ternura. Solía cubrirse hasta la cabeza para que el sol no lo incomodara y poder seguir durmiendo un poco más. Luego preparaba huevos revueltos con jamón, casi siempre sin pan y con una taza de leche recién hervida. No tenía demasiadas comodidades allí, pero para Eva eran abismales en comparación con sus carencias en su fría y solitaria torre. Quería levantarse para poder caminar, acompañarlo a sus senderos nocturnos y tratar de ayudarlo, para saldar su deuda, la que sentía que cada día crecía más. Él se acostumbraba a su presencia y habían comenzado a conversar con más frecuencia, Astor no se abría a las personas con facilidad.

Cuando Eva le preguntaba a donde iba por las noches, le respondía que su trabajo era mantener vigilado su territorio, para que no anduviesen merodeando los bandidos y aquel era su deber. No quería preguntarle para quien trabajaba, temía que fuese para el rey y no quería ni imaginarse que pasaría si esa fuera la verdad. Por el momento trataba de creer que solo era un guardabosques cualquiera, que por su notable fortaleza fue escogido para cuidar un territorio. Le había visto sus tatuajes cuando se quitaba sus ropas de invierno, también la mantenían intrigada. Llevaba una luna con distintos símbolos y varias runas, con un brazalete con nudos que no reconocía, parecían dibujados a mano y se lucían perfectamente en su cuerpo trabajado y curtido.

La joven quería desentrañar el secreto que sabía que ocultaba, pudiendo solo llevar a cabo su investigación luego de una semana, cuando al fin pudo volver a caminar. Cuando Astor despertó a la madrugada para salir afuera, esperó en silencio y lo siguió por la noche nevada y solitaria.

Casi no veía nada y se arrepentía en cada paso que daba, pensando que si volvía a lastimarse lo tendría merecido y Astor se sentiría traicionado. Pero no podía con la intriga, quería verlo con sus ojos, necesitaba saber que ocurría allí y la verdad sobre el hombre por el cual sentía una atracción inexplicable. Astor se perdió entre los árboles y no pudo volver a verlo, quedando a solas en la oscuridad inmóvil, el miedo la estaba paralizando. Se dispuso volver a la cabaña lo antes posible, diciéndose que todo era una completa locura, tratando de apresurase. Caminó por horas hasta que se percató de que se hallaba perdida.

Los arbustos altos y frondosos la confundían, la luna no iluminaba el panorama y la nieva, hacía que todos los caminos se vieran iguales. Eva llevaba un tapado blanco que Astor le entregó para que se mantuviera abrigada, portando su viejo y maltratado vestido debajo. Su rostro pálido comenzaba a recobrar el color, sus ojos volvían a mirar sin temor. Se cubrió la nariz con su abrigo, para no congelarse y quiso sentarse en una roca para descansar antes de intentar volver al camino.

Su horror cuando sintió el tacto de algo putrefacto con sus pies fue desorbitante. Lanzó un grito, sin poder contenerse y bajó la vista con miedo para ver aquel cadáver. Se sobresaltó y dejó escapar otro grito cuando descubrió que era más de uno. Tres hombres, vestidos con la armadura del reino, con el estandarte de su rey, desplomados en la nieve y sin vida. Eva estuvo a punto de vomitar y siguió gritando por auxilio, creyendo que los lobos volverían por ella y la devorarían. Los hombres parecían heridos con garras y dientes, como si los hubiesen atacado las criaturas como las que vio la noche que huyó. Eran guardias y quizás los conociera, si no fuera por qué no podía ver a la perfección sus rostros, quizá fueran los que la escoltaban a lavarse cuando su esposo lo ordenaba, o los que le traían comida cada varios días cuando lo suplicaba, había tantos recuerdos que le dolían y la mayoría se remontaba a esos caballeros.

Uno de los escudos estaba rojo, con la sangre cayendo sobre él, impresionándola y haciendo que dejase de verlos. Quería correr, aún con su pierna apenas recuperada, lo que hacía que se detuviera era el miedo a que los lobos la oyeran y fueran a por ella. Estaba segura de que esos monstruos habían herido a esas personas, Astor le había dicho que eran irracionales.

Escuchó los pasos de unas patas apresuradas, aceptando otra vez su destino, siendo atacada nuevamente por las fieras. Cerró los ojos, se aproximaba tan rápido que no tenía más opción que quedarse quieta y rogar al cielo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó la voz, Astor estaba detrás de ella, no había oído que se acercaba. Sintió escalofríos.

Eva no contestó solo lo abrazó con tanta fuerza que pensó que se desarmaría. El calor que emanaba su cuerpo hacía que volviera a sentirse segura, sabía que lo necesitaba más que a nada en el mundo. Astor la resguardó entre sus brazos, apoyando levemente su cabeza en la suya, atrayéndola a su pecho. Ella podía oír los latidos apresurados de su corazón, no podía alejarse, la atracción era muy fuerte. El comenzaba a volverse dependiente de su aroma, de su voz.

Al mirarlo a los ojos notó que habían cambiado. El verde, se había tornado grisáceo con manchas amarillas. Parecían más grandes, como si pudiera ver en la oscuridad. No pudo contener su pregunta.

—¿Qué les ha sucedido a esos hombres? —Eva se dejó caer sobre su amplio pecho para descansar, allí no la alcanzaba el frío.

El acarició levemente su cabello, como un primer gesto que los acercó, algo que hizo que los dos sintieran algo distinto en su interior. Le llamaba la atención la chica, un sentimiento que no podía ocultar a pesar de la dureza de su ser.

Astor la enfocó en sus ojos cambiantes, con su mirada severa nuevamente.

—Bandidos, ya te lo dije. —contestó cortante.

Eva reconoció en su enigmático hombre, al bajar la mirada, que su ropa estaba cubierta de sangre, parecía reciente. Otro escalofrío la invadió de pies a cabeza.

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