Punto de vista de Lila
Todavía estaba sollozando contra las sábanas cuando sentí sus manos en mis caderas.
Grandes. Ardientes. Implacables.
Me dio la vuelta como si no pesara nada; mis muñecas atadas se retorcieron por encima de mi cabeza y mi culo en llamas chocó contra el colchón, arrancándome otro grito roto de la garganta.
—Shh —murmuró, con la voz chorreando pecado—. Todavía no hemos terminado, palomita. Ni de lejos.
Intenté encogerme, esconderme, pero él ya se estaba moviendo.
Cintas de seda se enroscaron en mis tobillos, frías y crueles.
Tiró de mis piernas separándolas, más, más, hasta que me temblaron los muslos y el aire besó cada rincón secreto de mí.
—Leander, no… —mi voz se quebró como cristal.
Ató el último nudo a los postes de la cama y retrocedió para contemplarme.
Abierta de piernas. Desnuda de cintura para abajo. El culo rayado de rojo y palpitante. Lágrimas secándose en mis mejillas.
Sus ojos eran fuego negro.
—Mírate —dijo suavemente, casi con reverencia—