Capítulo 8. La maldad hecha carne
Después de llegar a la empresa, Alejandro miró a Carolina y le dijo que esta vez no lo acompañara a la hacienda, como solía hacerlo desde la muerte de su esposa. Pues quería que se quedara en la oficina para encargarse de todo allí y mantenerlo informado de lo que ocurriera en su ausencia.
Carolina, al escuchar esas palabras, apretó los dientes con rabia. Solo cálmate un poco, cuenta hasta diez, se dijo a sí misma. Tras terminar su pequeña terapia mental, lo miró con una expresión cargada de miedo y preguntó con voz temblorosa:
—¿Hice algo que no te gustó, cierto?
Alejandro, al ver esa mirada, respondió enseguida:
—¡No! Solo quiero que me ayudes con las cosas aquí, ya que Julián estará muy ocupado con sus asuntos y no quiero cargarlo también con los míos.
Ella pensó para sí: ¿Y a mí qué me importa si tu hermano tiene muchas cosas que hacer? Yo solo trabajo aquí por ti, para estar siempre a tu lado, y por nada más.
Carolina volvió a mirarlo, pero esta vez con una expresión triste, mient