Fernando
Aún estaba arrodillado junto a Zeus, acariciando su cabeza y rogando mentalmente que todo estuviera bien, cuando escuché un leve murmullo y un cacareo lejano.
Fruncí el ceño y levanté la mirada hacia el camino polvoriento. La escena que vi me hizo parpadear varias veces antes de procesarla por completo.
Allí, avanzando con pasos lentos y rostros sudorosos, venían don Hilario y doña Rosa. Él cargaba dos gallinas bajo cada brazo como si fueran bolsas de pan y ella venía detrás con otra en brazos, mientras la tercera iba colgada del delantal, asomando su cabeza emplumada como un prisionero resignado.
No pude evitar abrir los ojos y reír bajito ante el espectáculo. Giré para ver a Sofía, que estaba sentada en el escalón, con los ojos cerrados y la frente apoyada en sus manos. Me acerqué y le toqué suavemente el hombro.
—Hermana Sofía… —dije en voz baja—. Abre los ojos, tienes que ver esto.
Ella parpadeó con lentitud y me miró, como si regresara de otro planeta. Luego siguió la d