Nathaniel avanzó con paso firme y se sentó frente a él sin pedir permiso. —Sé lo que hiciste. Sé que ya tienes la sentencia redactada. El divorcio será concedido sin permitirle a Elena siquiera defenderse. Y que piensas entregarle el niño a Amadeus apenas nazca. ¿Cuánto te ofrecieron, Alaric? ¿Dinero? ¿Silencio? ¿Una nueva casa en las colinas?
El juez tragó saliva. Su rostro palideció. —Nathaniel… no entiendes lo que está en juego. Amadeus no acepta un no. Tiene pruebas, argumentos, y el respaldo del Consejo Interno. Todo parece legítimo.
—Todo parece, exacto —lo interrumpió Nathaniel, con voz dura—. Pero tú y yo sabemos que esto es un montaje. No hay pruebas de la infidelidad de Elena. No hay pruebas de que ese niño no sea suyo. Solo hay una narrativa… creada por Rebeca, reforzada por Isabella, y sostenida por el miedo.
Beaumont se removió en su asiento. —No tengo elección...
Nathaniel se inclinó hacia él, la mirada afilada como cuchillas. —La tienes. Siempre la tienes. ¿Pero si firm