Noemí se cubrió con ambas manos el rostro. Myriam palideció por completo, y de sus ojos derramaron varias lágrimas. Se puso de pie fuera de control, y se aproximó a su padre, lo zarandeó.
—¿Quién te pagó para inventar esta patraña? —rugió temblorosa.
—¡Suéltalo! —gritó Caroline. —¿No te das cuenta de que está enfermo? —rebatió observando con seriedad a Myriam—, no mentimos, lo que Arthur dice es verdad, chocamos aquel día, por eso no volvimos. —Miró a Noemí.
Myriam apretó los puños se llevó la mano a la frente:
—¿Fuiste tú? —gritó a su padre—, tú, el culpable de ese accidente que les arruinó la vida —sollozó con desespero—, me avergüenzo de ser tu hija, de llevar tu sangre, cobarde —empezó a llorar sin consuelo—. Gerald y Helena se culpan, han sufrido mucho —gimoteó.
—Te van a repudiar Myriam —avisó Caroline.
—Ella es inocente —intervino Noemí sollozando—, ustedes son los culpables, unos criminales, nos abandonaron por huir, y mientras se daban la gran vida, nosotras