Gerald caminaba en su celda de un lado a otro, se sentía como un león enjaulado, presionaba y cerraba los puños esperando alguna respuesta acerca de su plan.
—Qué todo salga bien —susurraba pensando en Myriam, en su madre en la empresa.
Entonces escuchó el ruido de unos tacones, su mirada se iluminó al ver a su esposa. Myriam percibió su corazón estremecerse al verlo aún detrás de esas rejas.
—¿Cómo estás? —indagó y le extendió una bolsa con varios contenedores de comida—, te traje el expreso que te gusta, y tu sandwich favorito —comentó con la voz entrecortada.
Gerald ladeó los labios y la observó con ternura.
—Gracias. ¿Cómo les fue? —indagó.
Myriam inhaló profundo.
—Hice lo que me pediste, le tendimos la trampa, ahora tu mamá, se encuentra con sus abogados y el fiscal mostrando las pruebas —informó.
Gerald esbozó una amplia sonrisa.
—Bien hecho, cariño. —Apretó las manos de ella—. Eres una gran chica —mencionó con la mirada iluminada.
Myriam ladeó los labios, lo o