Kevin llegó a Peoria en horas de la mañana, y luego de encargarse de lo que le había encomendado Gerald, se dirigió a la casa de Silvia Neira. Tocó a la puerta, pero nadie salió.
Entonces unos vecinos al ver al elegante hombre le informaron que la mujer acostumbraba a llegar en las mañanas. Kevin ladeó los labios, y siguió esperando.
Un par de minutos después notó que la madre de Myriam apareció, se tambaleaba un poco.
—¡Es ella! —exclamó y avisó a los hombres que la acompañaban.
De inmediato los caballeros vestidos de blanco interceptaron a Silvia, la tomaron por ambos brazos.
—¡Qué está pasando! ¡Suélteme! —gritó a viva voz. —¡Auxilio, me secuestran!
Varios vecinos salieron alarmados.
—No es un secuestro —dijo Kevin—. Señora Silvia, la vamos a llevar a una clínica de rehabilitación —informó.
—¡No! —replicó—, yo no quiero eso, no me pueden llevar en contra de mi voluntad —balbuceó.
Kevin se aproximó.
—Su yerno está dispuesto a pagar la clínica de rehabilitación, y