Myriam bajó de la cómoda, y con absoluta sensualidad se dirigió hacia el lecho, su verdosa mirada lo observaba con un brillo especial.
Gerald enfocó sus ojos en ese cuerpo de curvas perfectas, puso toda su atención en sus voluptuosos senos, en sus amplias caderas, inhaló profundo para contener sus deseos y no irse encima de ella como un animal en celo.
—Eres perfecta —susurró él.
Myriam sonrió al escucharlo, con sensualidad subió a horcajadas encima de él, entonces tomó los labios de Gerald en un apasionado beso, y a pesar de que él aún traía la ropa puesta, pudo sentir como por debajo de sus pantalones su erguido falo punzaba en su humedecido sexo.
Myriam restregaba sus caderas en el miembro de él, y lo escuchaba gruñir y respirar agitado, sus labios besaron su cuello, guardando en su boca y en su memoria su aroma tan varonil a cedro.
Luego ella se dio a la tarea de empezar a despojarlo de las prendas, pero fue el propio Gerald, el que se puso de pie y se desnudó.
Los lab