En horas de la tarde mientras Myriam despachaba unos pendientes, alguien tocó a su puerta.
—Adelante —expuso, entonces se sorprendió al ver a su gran amigo Rubén, le brindó una sonrisa y lo invitó a seguir. —¿Cómo estás? —indagó.
El joven la observó atento, la recorrió con discreción con la mirada, ella se veía radiante, muy elegante, distinta a la mujer que padeció tantos meses atrás, se alegró por ella, pues consideraba que Myriam merecía eso y más.
—Vine a disculparme contigo —expresó—, aunque aún no logro entender el motivo por el cual piensas casarte con ese hombre —masculló—, respetaré tu decisión.
Myriam inhaló profundo, y observó a su amigo con ternura.
—Hay veces que del odio nace el amor —expresó—. Gerald y yo tuvimos serias diferencias, pero siempre hubo algo que nos atrajo del otro —indicó—, además te puedo decir que detrás de esa coraza de hombre insensible, hay alguien dulce, cariñoso, detallista y de buen corazón. —La mirada se le iluminó al decir esas cosas.