Elizabeth Romano.
No negaré que me duele la actitud de Rodrigo durante esta semana; me ha ignorado, es como si fingiera que yo no existo.
No soy tonta y sé que se está acostando con otra mujer. La propia Flavia me ha presumido que estuvieron juntos y, cuando le pregunté, él no lo negó. No puedo creer su cinismo; hace menos de una semana me juraba amor y fácilmente estuvo con otra.
¡¿Qué clase de amor es ese?!
Evidentemente, él sigue siendo el mismo mujeriego de siempre. Terminé de preparar las maletas de los gemelos y bajé al living, donde están Raúl y mi madre; ella nos acompañará para ayudarme con los niños.
—¡Lista, bonita! Tardaste horas.
Me acerqué a él y le di un beso en los labios. —Pero valió la pena, ¿verdad?
—Claro que sí, estás hermosa. —Responde él.
—Me encanta la pareja que hacen; nadie mejor que tú para cuidar a mi hija. —Comenta mamá.
—Muchas gracias, suegra. Usted sabe que la adoro. Si fuera por mí, Ellie ya sería mi esposa, pero su hija es indecisa. —Se queja Raúl.
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