—Amor —susurró él. Ya en la habitación, ella le miró, se acercó suspirando con una ancha sonrisa. Miraba a Alexa y no se la creía; le tomó de ambas manos y procedió a besarla.
—Te amo.
—Yo a ti —le respondió a la vez que unían sus labios.
Con la mirada impregnada, se acercaron, cerraron los ojos y se besaron con mucha delicadeza. Él la rodeó con un brazo desde la espalda y la alzó para quedar a su mismo nivel. Aquella noche se amaron como ninguna otra; los pálpitos de sus corazones resonaban con gran ímpetu.
—¿Puedo estudiar? —preguntó ella, temerosa.
—Sí, por supuesto. No quiero ser ese tipo de hombres que prohíbe a su esposa superarse.
Se miraron, sonrieron y se dieron un pico.
—¿Qué quieres estudiar?
—Medicina, ese era mi propósito antes de...
—Bien —la interrumpió—. Entonces, lo retomarás mañana mismo.
Dicho eso, Antón se acomodó sobre ella y procedió a entrar. Hizo fuertes movimientos; sus ojos brillaban mientras se miraban. Suspiran e inhalaron el mismo aire que expulsaron.
—Amo