Te aplastaré.
Mientras permanecía en cuclillas, sollozaba con mucho dolor. Su madre le presionó desde los hombros e intentó calmarlo.
—Vamos a casa.
Él siguió la petición de su madre y salieron del lugar. Una vez que llegaron a casa, las preguntas de Antón cayeron incomodando a Carlota.
—Madre, ¿por qué mi padre dijo eso?
—Está loco. Su mente está perdida y dice sarta de bobadas.
—No me pareció una bobada. Después de tantos años volvió a hablar y se veía furioso contigo.
—Me odia por haberle encerrado, pero tú más que nadie sabes por qué lo hice. Él se volvió violento y temí por nuestra seguridad —respondió Carlota con sus ojos llenos de lágrimas.
Él suspiró, dejándose caer sobre el mueble. Las palabras de su padre le rodaban una y otra vez: ¡Yo la maté! Aunque le daba vueltas al asunto, no podía comprender a qué o a quién se refería.
—Hijo, por muy doloroso que sea o por muy malvado que suene, tu padre jamás volverá a ser el mismo. Ya ves, aunque le cambiamos de manicomio, sigue igual.
—No compart