Capítulo 5

Hudson Toscani

—¿Entonces qué será? —cuestionó levantando la barbilla de forma desafiante, aun cuando mi mano estaba alrededor de su cuello y podría partírselo en cualquier instante.

—Voy a follarte —dije tranquilamente —pero será a mi modo.

Ella frunció el ceño e intentó replicar, pero apreté mi agarre en su cuello y sonreí cuando se le escapó el aire.

—A mi modo y con mis condiciones —repetí.

Sus pupilas se dilataron considerablemente y aflojé mi agarre en su cuello.

Su pequeño cuerpecito se derretía contra mi agarre y eso me estaba poniendo irremediablemente duro. Necesitaba tenerla desnuda con urgencia, porque estaba experimentando años de sequía. Años en los que desee su cuerpo pero no lo pude tener, años en los que me la quitaron robándose todo de ella, todo lo que en algún momento creí que me pertenecería.

—Tu modo, tus condiciones —repitió obedientemente y yo sisee para no levantarle el vestido y tomarla contra la pared.

Ella pareció notar lo que pasaba por mi mirada y sonrió suavemente.

—Puedes hacerlo —dijo con voz calmada y agradecí que en esta zona no hubiese mucho ruido para poder deleitarme con el terciopelo de su voz, ese que usaba para enviar a los hombres y mujeres por caminos que no habrían tomado solos —puedes darme la vuelta, subirme el vestido y follarme contra la pared, no espero que seas gentil.

La forma en la que lo dijo, tan despreocupada de su propia integridad me hizo literalmente querer ahorcarla. Mis manos se apretaron con fuerza y sus ojos se cerraron en vez de abrirse con pánico.

—Estás absolutamente loca si crees que te follaré en cualquier lugar, sin mencionar que si crees que esto será un polvo de quince minutos también estás equivocada. Me tomaré horas contigo, Italy. Te haré gemir mi nombre una y otra vez y te haré olvidar las manos de cualquier hombre que llegó a tocar tu cuerpo ¿me entiendes?

Ella asintió como pudo y me forcé a soltarla y alejarme para explorarla con más atención.

Su cuerpo era delgado, pero sus pechos eran pesados y sus cuevas sutiles enloquecerían a cualquiera.

Quería a esta mujer gimiendo debajo de mí en el menor tiempo posible.

—Vamos, Caramelo, tenemos muchas cosas por delante que hacer.

Mi mano se aferró a la suya y noté como sus ojos brillaron ante el apodo. Sus mejillas se sonrojaron y lo noté cuando pasamos por una de las luces que iluminaba el pasillo del baño.

En vez de regresar hacia la multitud continué hasta el fondo del pasillo y doblé a la izquierda para continuar hasta el fondo. Uno de mis hombres estaba de pie junto a la puerta para vigilarla y en cuanto me vio me dio un asentimiento y abrió la puerta para mí.

El frío de la noche pegó de en lleno y supe que se había estremecido, pero no me preocupé por eso, pronto entraría en calor.

Acercándome a mi auto abrí la puerta para ella y la hice entrar, luego rodeé el auto y lo encendí para salir del estacionamiento aun cuando sabía que su auto debía estar ahí.

Pero era cuestión de tiempo para que la rastrearan hasta a mí. Todo el club la había visto aquí y eso haría que Renalti la enviara a buscar, llevarme su auto solo provocaría que nos encontraran antes de que yo pudiera terminar con lo que tenía pensado para ella.

Conduje por la ciudad en silencio y tamborileaba sobre el volante cuando nos detuvimos en el semáforo.

—Toca tus pezones por encima de la ropa —le ordené tomándola por sorpresa.

—¿Qué? —cuestionó con los ojos bien abiertos.

—Ya me escuchaste, Italy. No me gusta repetirme.

Ella soltó un suspiro entrecortado y llevó ambas de sus manos a sus senos para tocarse. Mi miembro se tensó contra mis pantalones y tuve que respirar profundo al verla tan tímida jugando consigo misma.

Oh, esa timidez desaparecería en cuanto le ordenara cabalgar mi rostro.

Cuando el semáforo cambió a verde avancé un poco más rápido y en pocos minutos estuve frente al estudio de dos pisos con el garaje en el primer piso

Ingresé dentro y bajé las puertas del garaje. Salí del auto con más rapidez de la que esperaba y ella me siguió dejándome ver lo temblorosos que eran sus movimientos.

Tendí mi mano en su dirección dándole la última oportunidad y ella se apresuró a tomarla para que la llevara a la cama más cercana.

La moví por todo el lugar hasta llegar a la habitación y le permití perderse dentro cuando me lo pidió.

Mi mente iba a mil por hora tratando de procesar que realmente ella nunca había sido de Renalti. Él nunca la había proclamado como su esposa y además de divulgar sus fotos íntimas y usarla como peón, también la había engañado.

Eso no era un secreto, todo el mundo sabía que el hombre se tiraba a todo lo que se moviera, la sorpresa fue que ella se enterara, porque por lo general él solo hacía sus cosas en clubes específicos alrededor de la ciudad.

Jesucristo, me follaría a Italy. Mi Italy, la mujer que tan desesperadamente quería y la que me quitaron, la que ahora se había puesto a mis pies y me había entregado su cuerpo para que yo lo complaciera.

Mi miembro estaba irremediablemente duro contra mis pantalones, así que mientras la esperaba comencé a quitarme la corbata y el traje. Los italianos me habían pasado sus costumbres y los trajes era una de ellas. Un hombre bien vestido tenía la mitad de la batalla ganada y esa frase había sido realmente cierta.

Cuando estaba soltando los botones de la camisa, Italy salió del baño con solo sus bragas puestas.

Mis movimientos se detuvieron y mis ojos recorrieron toda la extensa y pálida piel de su cuerpo expuesta. Sus senos caían orgullosos y pesados y sus pezones se notaban irremediablemente duros y sabía que no eran por el frío, porque la temperatura de la habitación era cálida.

—Ven aquí —le ordené suavemente.

Ella caminó hacia mí y se rascó el brazo con cuidado. Yo la tomé de la cintura y la llevé contra mi cuerpo para meterla entre mis piernas.

Mi rostro quedó justo entre sus senos y llevé mi nariz a su cuello para aspirar su olor antes de mordisquearla y chupar su pulso dejando una marca, luego descendí por sus clavículas mientras la escuchaba gemir hasta que me metí uno de sus deliciosos pezones rozados en mi boca.

Mi miembro palpitó una vez más y levanté sus manos para que me terminara de quitar la camisa.

—Vamos, caramelo. Quiero que veas todo lo que te vas a comer hoy.

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