Capítulo 6

Italy Wilson

Había pasado la que probablemente sería la mejor noche de mi vida.

El hombre al que había desnudado esa noche estaba lleno de tatuajes, con el cuerpo luciendo como el de un dios griego y una sonrisa depredadora que me robó el aliento.

Él me hizo suya en todos los sentidos, con su miembro en lo profundo de mi interior y sus besos siendo regados por todas partes alrededor de mi cuerpo.

Mis ojos nunca se perdieron detalle del brillo iridiscente que crecía en los de él y cuando todo acabó me tomó en brazos, me limpió, me duchó, me cuidó y me abrazó contra su cuerpo para que me calmara y redujera la velocidad de los latidos de mi corazón.

Él había sido increíble. Rudo, sí, pero también lleno de ternura cuando lo requería y aunque me había empujado hacia mis límites había disfrutado cada segundo de su lenguaje soez y sus manos masculinas recorriéndome hasta el alma.

Pero cuando desperté a su lado a la mañana siguiente sabía que era hora de partir. Debía irme, porque la noche estaba llegando a su fin y no quería tener que mirar su rostro cuando me dijera que volviera a mi vida, prefería ponerme las bragas de niña grande y correr lejos antes de que mi alma se terminara por agotar como lo había hecho mi cuerpo.

En completo silencio y notando lo noqueado que estaba me moví por la habitación hacia el baño para colocarme mi vestido y tomar mi dinero y mi llave del auto que había metido en el vestido.

Mis bragas estaban rotas y olvidadas en algún lugar de la habitación a causa de la violencia que el hombre había ejercido sobre mi cuerpo.

Pero había sido ese tipo de violencia que te deja delirando, ese que te hace pedir más mientras te azota el trasero.

Había sido el mejor sexo que había tenido en años. Tal vez el mejor de todos, pero no me atrevía a darle ese título, no cuando no podría repetirlo.

Una vez estuve vestida salí de la habitación de puntillas y me acerqué a la puerta principal que desbloqueaba desde adentro. La dejé con seguro antes de salir y cerrarla y luego corrí lejos de la entrada con los tacones en mano.

Había prestado mucha atención al camino para ver si alguno de sus hombres lo había seguido hasta aquí anoche, pero nadie parecía conocer este escondite en medio de la ciudad. Era una perfecta casa para esconderse porque se asemejaba a todas las demás y ahora yo sabía dónde era y no sabía qué tan emocionada me ponía eso.

—Olvídalo, Italy. Él se comió tu caramelo anoche, pero es diabético, solo será algo de una sola vez.

Y con esa resolución en la mente tomé un taxi para que me llevara al club y en cuanto estuve ahí tomé mi auto y salí disparada hacia el hotel.

Mis manos sudaban y mi corazón martillaba ferozmente contra mi pecho. Tenía ganas de pasar mis dedos una vez más por esos oscuros mechones negros. Quería volver a sentir su piel tostada contra la mía.

Ahora quería más cosas de las que podía tener. Así que me enfoqué en el presente, en lo que era mi vida en ese momento y me metí en el estacionamiento para subir a mi habitación.

Mis dedos temblaban cuando abrí la puerta y lo encontré a él dentro.

Raian. Su cabello rubio estaba despeinado y sus oscuros ojos estaban inyectados en sangre, como si no hubiese dormido toda la noche. Y en cuanto entré en la habitación por completo él dio una larga zancada hacia mí y levantó su mano para pegarme un fuerte golpe con el dorso de esta en la cara.

Mi rostro se giró con violencia y cuando volví a mirarlo la incredulidad me envolvió.

Él me había pegado. Me había jodidamente pegado. El hombre que a penas me tocaba en el sexo para ser gentil había levantado su mano en contra de mí.

—Tu, zorra, nada de lo que te di fue suficiente ¿no?

—¿Qué? —cuestioné ante el tono mordaz en su voz.

¿Se atrevía a enojarse? ¿Se atrevía a llamarme de esa forma cuando claramente él había estado engañándome todo este tiempo?

—¿Sabes todo lo que he tenido que hacer para mantener al maldito de Toscani a raya? ¿Y tú solamente vas y te abres de piernas para él como una puta?

Mi mano se levantó con fuerza y lo golpeé de la misma forma en la que él lo había hecho conmigo girando su rostro de la misma forma.

—Tu fuiste la escoria que te atreviste a engañarme cuando yo solo me he desvivido por ti. Metiste a una mujer en nuestra propia cama, en nuestra casa.

Su rostro se descompuso de la rabia y en un movimiento fácil me tomó por el cuello, pero este no era en nada parecido al agarre que Hudson había mantenido en mí, no, este era violento, letal. Uno que podría fácilmente acabar con mi vida.

—A ver, estúpida esclava. Solo tú te creíste el cuento de que te hicieron pasar por una de las hijas de Volkov cuando claramente esas mujeres destilan clase y belleza, tú no eres nada más que una sirvienta en la que alguien poderoso se fijó y una que yo debía tener de mi lado, enamorada y muy muy estúpida para que no viera que solo la estaba usando.

—¿Qué? —mi voz era solo un susurro y todo en mi se destrozó ante su declaración.

—Sí, así es. Y ahora dañaste cada uno de mis planes acostándote con el hombre que quiero destruir, le has dado poder sobre mí y tu eres la única culpable de eso. Resultaste útil por un tiempo, pero ahora eres tan inservible como lo eras en casa de los Volkov trapeando los pisos, me pregunto por qué no te vendieron en el primer burdel si eras una virgen perfecta para que los hombres follaran por hora.

Mis ojos se llenaron de lágrimas ante sus palabras. Y un sollozo se quedó atorado en mi garganta mientras trataba de liberarme de él, de alejarme de su toque, ya no lo quería cerca.

—Déjame ir —rogué sollozando.

—No, no, no, lindura —el asco me inundó ante su apodo —ahora tengo que cobrarme tu insolencia, porque si dejo pasar esto perderé más respeto de lo que me hiciste perder por tu pequeña rebeldía.

Y tras sus palabras golpeó con fuerza mi cabeza contra la pared, una, dos y luego tres veces hasta que caí desmayada y débil sobre sus brazos.

Aparentemente había cometido un error. Y no había sido acostarme con Hudson Toscani. No, mi mayor error fue creer que alguien podría amarme cuando ni siquiera mi propio padre lo había hecho.

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