Capítulo treinta y dos. ¡Yo te necesito vivo!
¡Yo te necesito vivo!
El cuerpo entero de Domenico entró en alerta. Sus ojos se convirtieron en dos pozos de fuego tras escuchar las palabras de Ennio y el deseo de asesinarlo allí mismo fue abrazador, más que tentador. Habría sido tan fácil meterle un tiro entre las cejas, pero no tonto y sabía que la casa estaba rodeada de hombre que superaban en números a los suyos, sin contar que sus aliados lo verían como una traición, pues ninguno de ellos sabía lo que ese miserable había hecho con Pilar.
Ennio sonrió y miró a Pilar, mientras ella temblaba como una hoja, comprendiendo rápidamente que había sido él, el autor de su secuestro…
—Por favor, vengan —los llamó, mientras la gente brindaba en su honor y los felicitaba.
—Eres un hombre muerto —murmuró Domenico cuando Ennio lo abrazó para felicitarlo.
—No tienes manera de probar que fui yo y tampoco la tendrás, te aseguraste de matarlos a todos tal como lo predije, no hay testigos —respondió con regocijo, palmeando la espalda de Domenico.