Había sido la otra Dalia durante muy poco tiempo como para haber notado alguna característica distintiva en las manos de Dalia.
—Que me suelte, me está haciendo daño. No te golpearé, ¿vale?
La falsa Dalia se dio por vencida.
El guardaespaldas de Isabela era muy fuerte. Estaba segura de que si se atrevía a tocar el pelo de Isabela, le cortarían las manos.
Isabela regresó a la caja registradora y se sentó, indicándole al guardaespaldas que soltara a la mujer.
El guardaespaldas la soltó, pero no se fue. En cambio, se quedó a poca distancia, observando con recelo a la falsa Dalia.
Dalia se frotó la muñeca, enrojecida por el agarre. Ese guardaespaldas había sido realmente brutal.
En ese momento, dos vehículos se detuvieron frente a la puerta de la florería.
Uno era un coche de lujo, el otro parecía un vehículo de seguridad.
Los hombres del coche trasero bajaron rápidamente y se acercaron a la puerta trasera del vehículo de lujo, abriéndola para la dueña.
Isabela miró hacia afuera y vio a la