Ismael se ríe: —No voy a poner excusas por haber perdido. En las apuestas siempre hay pérdidas y ganancias. Si no puedes afrontar la pérdida, no juegues más.
Valentín se quedó mudo.
Después de haber contado sus ganancias, Quiana entregó la mitad a Vicente, sonriendo y diciendo: —Es lo tuyo.
Vicente cogió el dinero, pero enseguida le devolvió la mitad, diciendo: —Solo saqué veinte dólares, y no se me ocurre repartirlos contigo. Con esto me basta.
—Tómalo, guárdalo y que no se entere tu madrastra.
Los padres de Vicente se divorciaron cuando él era muy pequeño, y quedó condenado a su padre. Su padre, un hombre que no hablaba mucho, se mostró aún más callado tras el divorcio y se preocupó poco por Vicente, dejándolo al cuidado de sus abuelos.
Más tarde, cuando el padre de Vicente se volvió a casar y Vicente tuvo edad para ir a la escuela, se volvió a quedar con su padre, pero a su madrastra no le gustaba y a menudo le pegaba.
El pobrecito Vicente intentó defenderse, pero no pudo. En lugar