Alejandro sonrió y dijo: —Los mayores son así, mis padres también, regañones. Ahora, cuando los veo, es como si yo fuera un ratón que viera a gatos, me da gana encontrar un agujero donde esconderme.
Los dos iban a subir al coche.
Alejandro quería conducir, pero cuando vio a Quiana sentada directamente en el asiento del conductor, preguntó: —¿Conduces?
—¿Por qué no? No estás familiarizado con el lugar y mi coche es ordinario, me temo que no estarás acostumbrado a conducir. No te preocupes, conduzco muy bien.
Alejandro se sentó entonces en el copiloto y dijo mientras se abrochaba el cinturón de seguridad: —No digas así. He usado todo tipo de coches, antes, cuando no tenía tanto dinero, iba en bicicleta y en bici eléctrica, y también tomé autobuses.
—Ahora, cuando salgo y conduzco un coche de lujo, es sobre todo por el honor.
Si no le hubiera dicho la verdad a Quiana, Alejandro habría querido mentir sobre que tenía un préstamo para el coche.
Pero no le servía mentirle a Quiana porque ya l