Su hijo mayor y su hija estaban en pleno crecimiento y comían mucho, y hacía tiempo que no habían disfrutado de una comida copiosa.
Costaría mucho dinero llevar a los niños a restaurantes.
Chelsea recordó los días pasados en los que vivía cómodamente y quejó: —Realmente lo merecemos. Cuando Hank y Liberty no estaban divorciados, comíamos y bebíamos muy bien, y no teníamos que gastar nada de nuestro dinero. Hank les daba a mamá y papá los gastos de manutención, y ellos a su vez nos daban el dinero a nosotros.
—Me gustaba el marisco, o la ternera. Estos ingredientes caros, si se lo diecía a Liberty, me los compraría. Pero ahora no me hace caso y ni siquiera me ofrece un trabajo.
Su marido quiso decir algo, pero no le salió nada.
George también echaba de menos los tiempos pasados.
Lo único que tenían que hacer él y su esposa era ocuparse de sus trabajos. De los niños se ocupaban los suegros y ellos daban a Chelsea la pensión de Chelsea, así como la manutención que recibían de Hank, de mod