Entonces se dio cuenta de que llevaba toda la tarde sentado desnudo en la sastrería. No había mucha gente que viniera a hacer la ropa y la recoja esta tarde, y los pocos que vinieron, cuando vieron a una persona así sentada en la tienda, tenían mucho miedo.
Tenía una cara hermosa, pero tabién cara de enfado, y estaba desnudo...
¡No parecía una persona decente!
Y así Daniel, por su cuenta, disuadió a los clientes que no eran muchos.
Esa camisa tenía todos los botones arrancados y no podía ponérsela.
Suspiró y se puso la camisa, al no tener botones ató las esquinas de la camisa en un nudo, revelando un pecho firme si acaso.
Estaba a punto de marcharse cuando entró Soledad con un flan de rosa en la mano.
Al verle, dijo: —¿Por qué sigues aquí?
Luego, escondiendo el flan entre sus brazos, dijo: —Este... Este es mío.
Daniel se quedó mudo, y de repente le vinieron a la mente una palabra: idiota.
Sí, era un hombre famoso y gracioso, ¡cómo se topó con una idiota!
Soledad bajó la cabeza y se dio