Polo le dijera que viniera a quedarse en su casa, fingió ser cortés, pero al minuto siguiente entraba en la villa de Polo con su equipaje.
Los dos hombres se sentaron en la alfombra y bebieron a sorbos, mientras Lucía se reclinaba en el sofá y escuchaba música fetal.
La máquina tocó la Sinfonía de Chaikovski, una pieza grandiosa y atmosférica, elegante y conmovedora.
Daniel, sin embargo, frunció el ceño cuando sus pensamientos se desviaron inconscientemente hacia aquella plaza.
Los gitanos no tenían instrumentos decentes y no podían hacer una sinfonía. Pero con una pandereta y un piano, podían hacer que una gran plaza pareciera un escenario de fiesta y asombrar a la multitud.
¿Qué aspecto tendría esa chica cuando bailara con un vestido largo?
Tenía voz de ruiseñor. Debería de tener buena voz para cantar.
Bueno, debería haber muchos hombres para verla...
A Daniel se le encogió el corazón y se le blanquearon los nudillos al apretar el vaso.
—¿Qué estás haciendo? — Polo le recordó—. ¡Te t