Capítulo 4

Frente a la puerta contó hasta tres antes de tocar. Esta vez esperó a que le dieran la pasada y como hizo durante el día entró en silencio, cerró tras ella y avanzó hasta quedar frente al escritorio.

El señor Gottier levantó la mirada esperando lo que fuera que ella trajera a su escritorio. Parecía cansado y molesto.

—Aquí están los contratos que necesitan su firma, los revisé y corregí algunos puntos que, según contratos del mismo proceso, no debían estar ahí.

Solo debe firmarlos y los mandaré hoy mismo al piso correspondiente para que los trabajadores estén mañana a primera hora firmando y trabajando bajo sus órdenes. El señor Rojas no se encontraba disponible, iba arriba de un avión hacia Inglaterra.

He logrado comunicarme con su asistente, quien le avisará cuando haya aterrizado para que se comunique con usted lo antes posible señor; si es muy urgente, dice que le informe y él intentará arreglarlo.

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No he tenido ocasión de hablar con su madre, pero si he conseguido a cinco artistas que están dispuestos a ofrecer una de sus obras para caridad, todas llegarán a la dirección que está adjuntada en el contacto de la fundación. <

Y con lo deferente a la semana solo tiene las actividades que acabo de exponer y una reunión el miércoles a las cinco de la tarde con la señora Marta sobre el nuevo sistema operativo de la empresa.>> El hombre no dejaba de observarla, atento y hasta sorprendido.

Sofia siguió en su puesto esperando órdenes o como dijo Rebeca, gritos por la ineptitud. Sin embargo, solo hubo silencio que en opinión de la chica era algo mucho peor.

Resistió sus ganas de salir corriendo y esconderse en donde no pudiera volver a verla. El señor Gottier suspiró, se acomodó en el respaldo del sillón cruzando los brazos sobre su pecho sin dejar de mirarla.

Asintió levemente con la mirada, llevó su cuerpo hacia delante apoyando los codos sobre el escritorio.

—Bien, ¿eso es todo?

—Sí, señor.

—Puede retirarse.

Sofia sorprendida por no recibir ninguna respuesta a su discurso, como hizo anteriormente, caminó sin despegar los ojos del hombre hasta llegar a la puerta sin esperar esta vez que se detuviese en su presencia. Cuando volvió a la recepción con los primeros ojos que hizo contacto fueron los de Camila, quien sonrió satisfecho de algo que solo él sabía.

¿Había hecho algo mal, o todo lo contrario? Rebeca se acercó rápidamente interrogándola sobre lo ocurrido dentro de la oficina, preocupada porque no escuchaba ningún grito de jefe.

La chica solo se encogió de hombros sentándose para revisar los últimos correos del día. Nada era seguro, hasta el que jefe no dijese algo, ella estaba fuera de la empresa.

A las seis de la tarde la señora Marta se acercó con sus pertenencias a la recepción, le preguntó a su secretaria si tenía algo más que necesitara de su presencia, a pesar de ser evidente que esperaba alguna noticia sobre Sofia al descubrirla mirándola de reojo en varias oportunidades.

Todos parecían igual de ansiosos cuando Camila apareció solo en la recepción, se miraban entre ellos, incomodando a la chica, sintiéndose ajena a lo que fuera que tuviera pasando. No le gustaba inmiscuirse en cosas privadas. Cuando se escuchó la puerta de la presidencia y luego un golpe tras ella, todos permanecieron atentos hacia el pasillo esperando la presencia del hombre.

La postura erguida y seriedad en su rostro característico esos días, caminó hacia el ascensor esperando a que este se abriera, Camila se puso a su costado derecho sin decir nada, aunque parecía nervioso como si quiera interrumpir a su jefe para informarle de algo que habia olvidado.

Cuando ambos estuvieron dentro, el señor Gottier por fin levantó la cabeza, presionó el botón que mantenía las puertas abiertas y colocó toda su atención sobre Sofia, que parecía temblar más que un hombre en la Antártica. Todos dejaron de respirar.

—La veo mañana, señorita Sifuentes. La puerta se cerró dejándolas solas en el último piso de Joyerias Gottier.

Se miraron entre sí, Rebeca y Karla dieron un chillido antes de correr donde la chica para abrazarla. La felicitaron por sobrevivir a un día con el jefe y sin recibir ni un solo grito, un récord que no se lograba nunca desde la fundación de la empresa.

Sofia se sonrojó mientras dejaba escapar la primera sonrisa genuina de aquel dia. El aire volvía a llenar sus pulmones y algo de tranquilidad recorría su cuerpo.

Escuchaba a lo lejos como las dos mujeres le daban algunas instrucciones para el dia siguiente, le entregaban una credencial y una tarjeta que abría las puertas y activaba algunas cosas en ese piso.

También la elogiaban por algunas cosas que ni a ellas se les ocurrió, desde el tiempo que llevaban ahí. Karla no podía creer que nunca hubiera trabajado, si ahora demostraba control sobre esta profesión como si llevara años de práctica.

Finalmente, cuando llegaron al primer piso, su compañera de puesto hizo las presentaciones con los guardias para que la reconocieran al día siguiente y también con las chicas de recepción, indicando el número de credencial y el puesto que desempeñaba.

Por sus expresiones de seguro no le daban más de una semana como asistente del presidente. Se despidieron yendo cada uno en su dirección. La chica caminó por inercia hasta el hostal, donde dejó sus pertenecías esa mañana, antes de comenzar a buscar trabajo.

Ya no tenía dinero para el autobús por lo que le quedaba un largo camino entre la multitud. La anciana que atendía el lugar, con hostilidad, le entregó las llaves luego de confirmar su permanencia por un tiempo más.

Le dio un folleto donde se detallaban las instrucciones del lugar: horarios, desayuno, ducha y entre otras cosas. Quedaron en hablar sobre dinero al dia siguiente.

Sofia agradeció y luego de ver alejarse a la mujer subió las escaleras hasta el número de habitación que le correspondía. Su bolso descansaba sobre la cama, era todo lo que llevaba.

Buscó en el interior el fajo de billetes, no sabía si podría sobrevivir con ello hasta recibir un sueldo, de igual manera debía hacer el intento si quería seguir adelante con sus planes.

Se giró hacia la puerta aún abierta recordando que aquí era necesario cerrarla. Se quitó sus nuevas prendas y evitar que se arrugara para el día siguiente, en su bolso no tenía nada parecido para cambiarse y lo lamentaba, mientras no tuviese dinero, no podía hacer nada por ello. Suspiró dejándose caer en la cama algo rígida y estresada por el dia.

Comenzaba a sentir cierta libertad, daba un gran paso… no solo uno, sino que dos grandes pasos. Dejó su hogar de todos esos años y ahora encontraba su primer trabajo.

Solo esperaba sobrevivir a un segundo día frente a ese hombre; aún conservaba en su memoria cada facción de su rostro, cada movimiento.

Era alguien joven o parecía serlo, no conocía nada de él y verdaderamente no le importaba, aunque debía averiguar algo más si quería conservar el puesto.

Y se propuso eso para el día siguiente, investigar un poco más y lograr llevar el ajetreado modo de vida del hombre, más sin esos tan misteriosos gritos de que hablaban todo en Joyerias Gottier.

Cerró los ojos dejándose llevar por el cansancio.

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