264. Ataque

Kiara

Volví a la mesa con el corazón todavía acelerado, intentando convencerme de que ese segundo beso no me había desarmado por dentro.

Pero bastó ver el rostro de Pierre para que el calor de ese recuerdo se congelara.

Estaba sentado, con los hombros rígidos, la mandíbula apretada. Juliana ya había adoptado su clásica postura de "voy a dar un sermón aunque nadie lo pida", y la tensión flotaba en el aire como una tormenta a punto de estallar.

Me senté a su lado, con la mirada clavada en el lobo que tenía delante.

"Si vuelves a hacer eso", dije, con voz baja y firme, "no respondo por mí".

Él levantó la mirada. Dura. Fría.

Y luego... se rió. Pero no era humor. Era amargura.

"Si hubiera sabido que sacarlas de casa iba a terminar de esta manera...", movió la cabeza, el veneno goteando de su lengua. "Ni siquiera me habría molestado".

Sentí que la sangre me hervía.

Miré a Juliana, esperando que interviniera, pero ella solo me lanzó una mirada de advertencia, como quien dice: no le des cuerd
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