Me quedé paradota afuera de la puerta, inmóvil, viendo cómo mi hermano la cerraba de un portazo.
Por intentar hacer entrar en razón a mi hermano me echó entonces de la casa. No podía aceptarme, soy una ninguna para él. No sabía a dónde ir. Las miles de luces que brillaban detrás de mí no iluminaban ningún lugar al que yo pudiera llamar hogar.
Cuando era pequeña, la frialdad y distancia de mi hermano contribuyeron a que poco a poco desarrollara autismo. Hasta que entré en primaria, nunca había dicho una palabra. Los maestros le insistieron a mi hermano que me llevara a hacerme pruebas. El diagnóstico fue claro: tenía autismo congénito.
Él se rio con desprecio:
—¿Autismo? La mocosa solo finge para llamar la atención. No le haré caso, a ver cuánto tiempo aguanta con esa actuación.
Después de eso, no buscó tratamiento psicológico para mí ni me trasladó a una escuela especial para retardados, nunca fue importante, tal vez le parecía cómodo que entre menos hablara mejor.
En tercer grado, mis compañeros notaron que nunca hablaba y siempre estaba sola. Fue entonces cuando comenzaron a tratarme como un bicho raro, un payaso de mérito para la burla y las bromas pesadas. Desde ese día, el bullying se volvió parte de mi rutina.
Intenté contarle a mi hermano lo que ocurría, pero no recibí ninguna empatía de su parte.
—¿Alguna vez has pensado por qué te pasa esto solo a ti? ¿Por qué no molestan a los demás? —me dijo reprochándomelo todo a mi.
Recordando esos momentos, la tristeza me invadió aún más. Me acurruqué frente a la puerta, sollozando acostumbrada al cómodo silencio. No sé cuánto tiempo pasó, pero de pronto mi cuñada volvió, con la ropa hecha un completo desastre.
Al verme, una chispa de desprecio cruzó por su mirada, aunque se esforzó en aparentar preocupación:
—Palomita, ¿qué haces aquí querida? ¿Por qué no entras a casa?
En ese momento, mi hermano abrió la puerta.
—Beli, ¿eres tú? Estaba esperándote, no te preocupes por ella. eres demasiado buena —continuo fríamente. — Ella sabe muy bien lo que ha hecho.
—¿Qué fue pues lo que hizo? —preguntó mi cuñada, confundida.
Mi hermano le mostró la nota que yo había escrito antes.
—Mira, siempre supe que era malintencionada. ¿Puedes creer lo que escribió? Solo quería sembrar discordia entre nosotros, arruinar nuestro día. Le di la oportunidad de disculparse, y no lo hizo. Así que esto es lo que eligió.
El rostro de mi cuñada palideció de inmediato. La expresión en sus ojos cambió por completo.
—Beli.. ¿cómo puedes escribir algo así? ¿No he sido buena contigo? ¿Cómo pudiste...?
Mi hermano la abrazó, hablando en tono cariñoso:
—No te preocupes por ella. Que se quede mejor fuera, le servirá para que reflexione.
Cerraron la puerta nuevamente.
A través de la rendija, la última mirada de mi cuñada fue llena de resentimiento. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
La noche avanzó, y mi hermano no mostró la menor intención de dejarme entrar en la casa. El sueño me vencía, y murmuré para mí misma:
—Hermano... ¿por qué no puedes confiar en mí?
De repente, una bolsa de arpillera, áspera y maloliente, cubrió mi cabeza. No tuve tiempo de reaccionar antes de que me metieran a la fuerza en un coche.
Cuando volví en mí, estaba en un lugar desconocido y oscuro, con olor profundo a metano, tenía las manos atadas a la espalda. Intenté moverme, pero fue inútil.
Frente a mí estaba el amante de mi cuñada. Escuché cómo lo llamaban Héctor Ramírez, o simplemente Héctor.
Al verme despierta, Ramírez me quitó la bolsa de la cabeza y me dedicó una sonrisa siniestra.
—Así que tú eres la chiquilla valiente, ¿no? ¿Te atreviste a delatar a tu cuñada con tu hermano?
Me encogí en una esquina, temblando de miedo. Los recuerdos antes de perder la conciencia volvieron a mi mente. Solo recordaba ver un par de zapatos frente a mí, antes de que me cubrieran la cabeza con la bolsa, todo sucedió muy de repente.
Fue en ese momento cuando entendí que había sido secuestrada, en mi mente pasaban mil escenarios de tortura. ¿Qué es toda esta ansiedad?.