Capítulo 3
El hombre que me asalto, vestido completamente de negro se acercó a mí con una expresión de rabia en su rostro:

—¿No eras acaso tú la muda? ¿Por qué no sabes mantener la boca cerrada? Ya que es así, me encargaré personalmente de cuidarte Beli.

Así que todo esto era obra de mi cuñada. Ella había planeado todo lo que está sucediendo. . Este hombre se levantó la mano y me abofeteó con tal fuerza que sentí cómo la sangre comenzaba a brotar de la comisura de mis labios, mi nariz estaba destrozada. Luego empezó a patearme sin piedad. Entre el ataque de pánico, cada vez se me dificultaba más y más respirar por un momento, llegué a pensar que moriría.

Afortunadamente, uno de los hombres a su espalda intervino:

—Héctor, ¿qué haces pegándole a una niña? Si esto se sabe, nadie nos tomará en serio. ¿Qué tal si hacemos una apuesta? ¿Cinco mil pesos?

Héctor, así que ese es tú nombre…. el hombre que acompañaba a paloma al hotel, estaba enfrente sonriendo a carcajadas.

—Me gusta la idea. ¿Apostamos qué?

El otro tipo respondió con malicia:

—Hoy es San Valentín. ¿Por qué no le hacemos vender rosas en el mercado?

Las risas estallaron entre la multitud:

—¿Una muda vendiendo flores? ¡Que buena broma! ¡Y caray qué romántico! Todo un cupido.

—No la vas a dejar escapar tan fácil, ¿no?

Pensé que me salvaría, pero me hundí aún más en el abismo. Héctor vio la desesperación en mis ojos y aceptó la apuesta de inmediato.

Rápidamente, me colocaron una cámara oculta y un conductor me llevó al mercado de calle luna calle sol.

En medio del bullicio, sentí cómo mi cabeza estallaba. Las miradas extrañas de los transeúntes eran como cuchillas que me cortaban la piel.

Por el auricular, escuché la voz impaciente de Héctor:

—Escucha bien, mocosa. Mejor te apuras. Si no, publico tus fotos desnudas y arruino la reputación de toda tu familia, tu hermano te terminara detestando y yo me encargare de eso.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No podía creer la vileza de Héctor, quien había aprovechado mi inconsciencia para fotografiarme.

Evité la cámara y saqué con cuidado mi teléfono, enviando un mensaje a mi hermano:

“Estoy en el Mercado de calle luna calle sol. Me han secuestrado y quieren obligarme a trabajo forzado a costa de un chantaje. ¿Podrías venir a buscarme?”

Después de un largo rato, recibí un mensaje de voz:

—Beli ¿ahora qué? ¿ Te has vuelto experta en mentir? Si te escapaste sola a pasear, no esperes que te recoja. Sabes que hoy es San Valentín y quiero pasar el día con Beli. ¿Por qué haces esto para molestarme?

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Ya no había esperanza; él no vendría por mí.

La voz de Héctor volvió por el auricular:

—¿Qué pasa pues? ¿Vas a vender las flores o no? Si pierdo la apuesta, comenzare a hacerte pagar. .

Estaba a punto de romper en llanto, cuando de mis labios salió un débil “No...”.

Las carcajadas retumbaron en mis oídos:

—Ahora entiendo por qué nunca habla. ¡Su voz suena como la de un pato! ¡Qué ridícula eres!

Me acerqué a una señora amable y le extendí el cesto de flores con timidez. Quise decir algo, pero el nerviosismo me impidió articular palabras, tal vez se asustó de mi apariencia desaliñada y sucia.

La mujer, impaciente, me respondió:

—¡Lárgate! ¿Qué clase de estafa es esta? ¡No quiero nada!

Con brusquedad, me empujó y las flores cayeron al suelo. Me quedé allí, llorando en silencio.

—¡Mira esta niña! —gritó la señora furiosa—. ¿Qué pretendes? Estás incomodandome ¡Mi marido está en el hospital y no pienso dejarme engañar por ti! No puedo ayudarte, lo siento.

Negué con la cabeza desesperadamente, pero la gente se arremolinó a mi alrededor, señalándome y murmurando.

—¿De qué familia es esta niña? No parece ser una niña desprotegida. .

—Sí, parece rica, pero qué clase de problemas ha de tener, parece muy nerviosa. .

La mujer retiro las flores con desagrado y se marchó apresurada.

De repente, entre la multitud, apareció una figura conocida.

—¡Mira quién está aquí! ¿Beli, la muda huérfana vendiendo flores? —dijo en tono curioso .

Mi cuerpo tembló involuntariamente. Era Reina Aguirre, la chica que me había acosado durante años en la escuela. Un ser completamente despreciable.

Reina levantó mi mentón con desprecio y dijo:

—¿No decías que tu hermano era el presidente del Consorcio Arrietum? Si realmente fueras la heredera de los Arrieta, ¿por qué estarías aquí, haciendo trabajos de medio tiempo? Que graciosa eres.

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