La luz en la habitación del hospital era tenue, lo suficiente para no agobiar, pero también lo bastante clara como para recordarme que seguía allí, atrapada entre las sombras de un pasado reciente que no me dejaba descansar. Mi cuerpo dolía con cada movimiento, como si las heridas fueran una constante advertencia de lo que había vivido. Sin embargo, no eran los golpes los que pesaban más; eran los recuerdos, los fragmentos de una tormenta emocional que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.
Ricardo. Su rostro seguía atormentando mi mente, sus palabras llenas de odio y desprecio resonaban como un eco interminable. Había escapado de él físicamente, gracias a Alexander y su equipo, pero aún lo sentía cerca, como una sombra que se negaba a desaparecer. Cerré los ojos, intentando apartar esas imágenes, pero en su lugar, apareció la mirada firme de Alexander, su voz calmada pero decidida, prometiéndome que estaba a salvo.
¿Realmente estoy a salvo? Me pregunté en silencio. Aunque lo