Las luces del estacionamiento se desdibujaban en mis ojos empañados. Manejaba a toda velocidad, con las manos temblando en el volante.
En ese jardín fue nuestro primer beso, el único real que he dado en mi vida. ¿¡Y a eso lo reduce!? ¡¿A una maldita comparación absurda?!
—¡Estúpido! —exclamé frenando en seco.
Mi teléfono vibró en el asiento del copiloto, y el nombre de Dylan parpadeó en la pantalla. Dudé, con la mano temblando sobre el celular. No quería hablar con nadie y mucho menos con él. Pero sabía que no dejaría de insistir.
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