Una prueba de paternidad, una enfermedad silenciosa.
—Quiero que hagas una prueba de paternidad, quiero saber si la hija de esa mujer es de Tomás o de Gabriel... no sé cómo lo vayas a hacer... No me interesa cómo lo resuelvas... Solo hazlo, y no te preocupes por el pago, te pagaré muy bien.
Emily dejó caer las palabras una a una, afiladas, firmes, peligrosas. No tembló, no dudó y mucho menos se arrepintió de lo que estaba haciendo, al contrario, estaba decidida.
Su voz era tranquila, relajada, muy pasiva, pero segura y firme; una mezcla extraña, pero que daba cabida a un sinfín de preguntas, e incluso podía llegar a ser un tanto inquietante o atemorizante.
—Asegúrate de tener respuestas a cada una de mis preguntas —ordenó para finalizar —. Esta vez no voy a dejar cabos sueltos.
Aunque esto último lo dijo más para ella que para el investigador. El hombre solo guardó silencio ante las demás de Emily, quizás porque era la primera vez que lidiaba con una cliente como ella o simplemente se había cansado de la loca obsesión de Emily. Pero