Es mi hija, de nadie más.
El golpe de la puerta del carro al cerrarse aún resonaba en la cabeza de Leonor, igual que las palabras cargadas de tristeza y reproche que salieron de la boca de Gabriel.
Lo cual la dejó completamente inmóvil, aturdida y sin saber que más decir, para cuando quiso voltear para mirar a Gabriel, ya no estaba. Solo el vacío y el eco del portazo, como si el universo hubiera decidido cerrar también esa parte de su vida.
Aún su cuerpo temblaba. Sentía las piernas débiles, el corazón latiendo con fuerza, descompasado. Cada respiración dolía, como si el aire mismo se negara a entrar.
—No me siento bien —susurró, llevando una mano al pecho, intentando calmar el torbellino que llevaba dentro.
Intentó controlar su respiración, pero el nudo en la garganta no la dejaba. Las lágrimas amenazaban con salir una vez más, y el silencio del entorno solo hacía que todo pesara más.
Tomás se acercó despacio, con esa cautela que tiene quien sabe que cualquier palabra podría romper a la persona frente a él.
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