–¡Suéltame! –La voz de Amara esta cargada de una furia que no alcanza a disfrazar la batalla que se libra en su interior y sin pensarlo, su palma se alza y se estrella contra la mejilla de Liam en un intento desesperado por crear distancia. Pero es en vano. El contacto no es solo un rechazo; es una confirmación de que su piel reconoce la de él, de que su corazón late al mismo ritmo frenético que el suyo. –Dije que me sueltes –repite, aunque su voz carece de la firmeza que pretende
Liam retrocede apenas por la fuerza del golpe, pero el verdadero impacto es interno. El ardor en su mejilla no se compara con el dolor que se expande en su pecho, un dolor punzante, cruel. Sin embargo, no se aleja. Al contrario, avanza. Su respiración es errática, sus ojos, cristalinos por las lágrimas que se niega a soltar. –Amara… –susurra su nombre como una plegaria, como un último intento de aferrarse a lo que sea que exista entre ellos. –Yo te amo
Ella cierra los ojos con fuerza, como si con ese gest