Amara no durmió en toda la noche. Cada vez que la pantalla de su celular se encendía, su corazón latía con la absurda esperanza de que fuese Liam. Lo llamó una y otra vez, desesperada, frenética, incapaz de aceptar la posibilidad que más temía: que él estuviera con Kate. Pero no obtuvo respuesta, solamente silencio, solo el vacío como única respuesta.
Cuando el amanecer rasgó las cortinas de su habitación, Amara apenas podía mantenerse en pie. Sin embargo, se obligó a bajar las escaleras, como cada mañana, con la frágil ilusión de ver a Liam esperándola en su auto, con esa mirada suya, entre seria y protectora, que a ella le bastaba para sentir que el mundo no se desmoronaba.
Pero esta mañana no es como las otras. Al abrir la puerta principal, el frío le muerde la piel. Frente a la casa, un auto negro la espera. Dos figuras están de pie junto a la puerta trasera. Una de ellas… no puede ser.
Amara se detiene en seco, porque su pecho dejo de latir por un instante. –¿Qué haces tú aquí