La mañana amanece con un murmullo inquieto en las calles. La gente se arremolina frente a las pantallas de bares, tiendas y estaciones. Los titulares parpadean en rojo furioso:

“Último momento: la empresa de seguridad de Kate FitzGerald, acusada de múltiples fraudes. Liam Kane entrega a la Policía Federal toda la documentación.”

Las cámaras repiten la imagen de Liam bajando las escaleras de la sede principal. Su porte erguido, el rostro implacable, el portafolio negro en las manos. Las palabras que pronuncia frente a los periodistas ya recorren el país como un eco que sacude los cimientos del poder:

–Nadie está por encima de la ley. Ni siquiera quienes alguna vez creyeron ser intocables.

El público aplaude, algunos con fervor, otros con miedo. La reputación de la empresa FitzGerald se desploma en tiempo real, y con ella, el último vestigio de respeto hacia Kate.

En la cárcel, Kate observa las noticias desde el pequeño televisor de la sala común. Sus ojos, fijos, arden de rabia co