De pronto, se detiene frente a un guardia joven que parece nervioso. Sus dedos juegan con el auricular del comunicador, sus ojos se desvían demasiado hacia las puertas. Carlota lo observa un segundo más de lo necesario, con la dureza de un halcón que escruta a su presa. –Número siete –dice con voz baja, sin apartar la vista de él. – Reporte de tu sector.
El muchacho se sobresalta y responde rápido: –Todo en orden, señora. Ninguna anomalía detectada.
Carlota no le cree del todo. Avanza un paso más, inclinándose lo suficiente para que solo él la escuche. –Escúchame bien –susurra, con un filo helado en la voz. – En esta iglesia no hay margen de error. No hay espacio para distracciones. Si tu pulso tiembla en el momento equivocado, si tu dedo no aprieta el gatillo cuando deba hacerlo… no solo vas a condenarnos a todos, vas a condenar a los que más amo en este mundo. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
El guardia asiente, pálido, tragando saliva. Carlota le da una última mirada y se en