Y llega el momento.
Los músicos inician el acorde solemne. El órgano retumba en las paredes de piedra, haciendo vibrar hasta los cimientos de la iglesia. El eco se expande como un rugido antiguo, como si el propio edificio contuviera la respiración. Todos los presentes se ponen de pie, girando hacia la entrada.
Y allí está Amara.
Sostenida por el brazo de Sophie, que la acompaña con la firmeza de una hermana de batalla, da su primer paso en el pasillo central. El vestido blanco deslumbra bajo la luz filtrada por los vitrales, pero no es un resplandor inocente: parece más bien una armadura que oculta un cuerpo vulnerable. El velo cubre su rostro, aunque no lo suficiente: sus ojos enrojecidos delatan las lágrimas recientes.
En ese instante, Liam la observa desde el altar y el mundo se detiene. Los murmullos cesan en su mente, las amenazas se apagan por un segundo. Ni la sombra de Kate, ni la voz de Carlota advirtiendo sobre el peligro, ni la certeza de que algo estallará. Nada exist