Sophie llega a la casa de Liam bajo la lluvia fina de la tarde, como si el cielo decidiera llorar con ella. Toca la puerta con fuerza, temblando, con los ojos rojos de tanto contener lo incontenible. Pasan apenas unos segundos, y la puerta se abre.
Liam la observa con el rostro preocupado y el ceño fruncido, como si ya sintiera en el aire que algo no está bien. –¿Sophie? ¿Qué pasó? ¿Estás bien? –pregunta, alarmado, al ver su expresión devastada.
Pero ella no puede hablar. Sus labios tiemblan y su cuerpo cede. El llanto la atraviesa como un rayo. Es un llanto seco, desgarrador, de esos que salen del alma, no de los ojos. La fuerza con la que había sostenido todo se desmorona, y Sophie se derrumba en los brazos de Liam, que apenas logra sostenerla antes de que caiga. –Él… él es parte de todo esto… –musita entre lágrimas, su voz hecha pedazos.
Liam la guía con suavidad dentro de la casa, cerrando la puerta tras ellos. Ella entra con pasos erráticos, como si cada paso doliera. Se deja c