Kate camina de un lado al otro del lujoso salón, con los tacones golpeando el suelo como látigos. Cada paso es una descarga de furia contenida. La lámpara de cristal tiembla con los golpes secos de sus pies, y en el aire flota una mezcla de perfume caro y desesperación.
Nada sale como ella lo planea. Nada.
Liam y Amara logran casarse por civil sin ningún inconveniente. Sonríen, se miran como si el mundo entero se hubiese vuelto su cómplice. Y ella… ella, que lo ama hasta los huesos, queda nuevamente fuera de escena, convertida en la sombra de su propio rencor.
–¡Malditos hijos de perra! –grita, lanzando contra la pared la copa de vino que sostiene en la mano. El cristal estalla en mil fragmentos que tintinean sobre el piso como campanas rotas.
El escritorio frente a ella está cubierto de papeles, planos, fotografías y un sinfín de estrategias que no sirven de nada. De un manotazo, los barre al suelo. Los documentos se desparraman a su alrededor, mezclándose con su rabia.
Se incli