Liam camina de un lado a otro como un lobo enjaulado. Sus pasos son erráticos, pero cargados de rabia contenida. Se detiene frente a la pared y, sin pensarlo, lanza un puñetazo seco, haciendo que la pintura se astille.
–Cristóbal todavía no ha llamado… –escupe entre dientes, con el ceño fruncido y las manos temblorosas. – Esto era una maldita trampa desde el inicio. ¡Lo sabía! Sabía que tenía que seguirlo, vigilar cada uno de sus movimientos. No debimos confiar.
–Liam… tranquilo, por favor –dice Sophie, sentada en el borde de la mesa, aferrando el celular como si fuera una tabla de salvación en medio del naufragio. – Aún hay tiempo. Él prometió contactarse. Confío en él. Lo conozco.
–¡Tu amor te ciega, Sophie! –grita Liam, sin ocultar el desprecio que le carcome la garganta. – Estás tan atrapada en tu fantasía que no ves lo obvio. No estamos jugando a la espera. Cada minuto que pasa, Amara está más cerca de morir… y tu sigues esperando una señal como si esto fuera un mal sueño que