Liam asiente con gesto cortés y aunque su rostro permanece sereno, su corazón late con furia, anhelando el momento en que pueda liberar la rabia y el dolor que lo consume en la intimidad de su propio espacio. Por ahora, sin embargo, se obliga a seguir adelante, como un soldado en su puesto, cumpliendo con su deber a pesar de las heridas que se abren en su alma.
Después de escoltar a Amara hacia su asiento con la gracia de un anfitrión consumado, el maître se acerca a la mesa con la elegancia de un bailarín y con un gesto reverencial, desliza la carta frente a la pareja. –En unos minutos vendré a tomar su orden – anuncia con una sonrisa profesional, antes de deslizarse con gracia entre las mesas.
Mientras tanto, el maître se dirige hacia Liam con una mezcla de simpatía y resignación en su mirada. Con un suspiro apenas perceptible, le entrega la misma carta. –Lamento que tenga que trabajar para un hombre así, pero lamentablemente nuestras vidas como trabajadores son así– murmura con