Mientras caminan por el pórtico, Cristóbal se adelanta para abrirle la puerta del auto a Amara, con su sonrisa radiante, triunfante y confiada, como si el mundo girara a su favor. Ella entra sin siquiera dedicarle una mirada a Liam antes de deslizarse en el asiento de cuero con la gracia de quien sabe que tiene el control. Y esa indiferencia le duele más que cualquier palabra.
Pero Cristóbal no se conforme con eso. No puede resistirse a la oportunidad de hundir un poco más la espina, y por eso, antes de subir, se acerca a Liam con pasos deliberados. En su mirada hay algo venenoso, una mezcla de desafío y burla dibujándose en su rostro. Se detiene a pocos centímetros de él, disfrutando cada segundo del enojo que provoca en el joven.
–Deberás seguirnos a Il nostro amore incantato –dice, pronunciando el nombre con una arrogancia que resuena como una bofetada. – Aunque dudo que sepas dónde queda… considerando tus escasos recursos. Pero…
–Sé muy bien dónde está ese lugar –lo interru