Denayt.
No podía explicar con palabras la felicidad que sentí en el momento que recibí ese reconocimiento.
Era mío. Mío y de nadie más.
Por primera vez, yo había logrado algo que nunca se me pasó ni en sueños.
Sentí un nudo en la garganta, pero me negué a dejarlo salir. Una vez en mi habitación lloré, pero eran lágrimas de felicidad. A pesar de lo que estaba por llegar, sentía felicidad y ese momento era mío, un abrigo en medio de tanto frío.
Era una simple hoja, sí, pero significaba mucho más: era mi prueba de que el mundo no volvería a aplastarme.
Porque entendí que no solo podía sobrevivir en él… podría devorarlo si me lo proponía.
…
Como ya era costumbre en él, ordenó que estuviera lista en diez minutos.
Sonreí con ilusión, efectivamente, no me falló la intuición.
Ese pequeño lado “corazón de pollo” que aún sobrevivía dentro de mí quiso creer que era un gesto bonito, un detalle por mi esfuerzo, una especie de premio. Me gustaba pensar que, de alguna manera, era su forma torpe de r