Mundo de ficçãoIniciar sessãoDANTE
La puerta se abrió lentamente.
Helena Martínez apareció en el umbral, envuelta en una bata de seda blanca, el cabello mojado cayendo sobre sus hombros. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, ahora brillaban con miedo puro.
Hermosa y aterrada. Exactamente como la necesitaba.
—¿Qué pasó? —pregunté, entrando a su habitación antes de que pudiera cambiar de opinión.
Ella señaló la computadora con mano temblorosa. Me acerqué y vi la imagen en la pantalla. Helena dormida, fotografiada desde dentro de su propia habitación.
Sentí una punzada de algo incómodo en el pecho. Yo no había tomado esa foto. Yo había enviado las amenazas anteriores, sí, pero esto... esto no era parte de mi plan.
—¿Cuándo llegó? —pregunté, manteniendo mi tono profesional.
—Hace diez minutos. Dante, alguien estuvo aquí. Alguien me fotografió mientras dormía.
Se desplomó al borde de la cama, su respiración acelerándose. Reconocí los síntomas: ataque de pánico inminente.
Me arrodillé frente a ella, tomando sus manos entre las mías. Estaban heladas.
—Helena, mírame. Respira conmigo.
Sus ojos se clavaron en los míos, buscando un ancla en medio del caos.
—No puedo... respirar...
—Sí puedes. Inhala por la nariz, exhala por la boca. Conmigo.
Durante los siguientes minutos, la guié a través del ataque. Sus manos se aferraban a las mías como si fueran un salvavidas. Poco a poco, su respiración se normalizó.
—Gracias —susurró finalmente.
No debería importarme. Ella era solo un objetivo, un medio para alcanzar mi venganza contra su padre. Pero algo en la forma en que me miraba, vulnerable y confiada, hizo que una grieta se abriera en mi armadura cuidadosamente construida.
—¿No es la primera amenaza, verdad? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.
Ella negó con la cabeza.
—Empezaron después del funeral de mi madre. Al principio eran vagas... luego más específicas. Papá dice que exagero, que siempre recibimos amenazas.
—Tu padre está equivocado. Esto es personal.
Helena me estudió con esos ojos penetrantes que parecían ver más de lo que yo deseaba revelar.
—¿Cómo lo sabes?
Porque yo mismo envié algunas de esas amenazas. Porque conozco la diferencia entre un acosador común y alguien con una vendetta personal. Porque esto se está saliendo de control y ya no soy el único jugador en este juego mortal.
—Experiencia —respondí simplemente—. A partir de ahora, no vas a ningún lado sin mí.
—Dante... —se mordió el labio inferior, un gesto que me resultó peligrosamente atractivo—. ¿Puedo confiar en ti?
La pregunta me golpeó como un puñetazo. Debería mentir, por supuesto. Era lo que había planeado desde el principio.
Pero cuando abrí la boca, las palabras que salieron no eran las que había ensayado.
—No lo sé —dije con brutal honestidad—. Pero soy lo único que se interpone entre tú y quien quiera hacerte daño.
Algo cambió en su mirada. Se puso de pie, acercándose hasta que apenas nos separaban unos centímetros. Pude sentir el calor de su cuerpo, el aroma floral de su shampoo.
—Entonces quedamos ambos atrapados, ¿no? —susurró—. Tú necesitas protegerme. Y yo necesito confiar en alguien, aunque sea en la persona equivocada.
Su mano se posó sobre mi pecho, justo sobre mi corazón. ¿Podía sentir cómo se aceleraba?
—Helena... —advertí, mi voz más ronca de lo que pretendía.
—Dime que estoy equivocada —me retó, sus ojos oscuros buscando los míos—. Dime que no sientes esto también.
Debía apartarme. Debía mantener la distancia profesional. Debía recordar por qué estaba aquí.
Pero en lugar de eso, mi mano se movió por voluntad propia, acariciando su mejilla. Su piel era suave como seda bajo mis dedos.
—Sientes demasiado —murmuré—. Y eso te va a romper el corazón.
—Quizás —respondió, inclinándose hacia mí—. Pero algo me dice que tú te romperás primero.
El espacio entre nosotros desapareció. Podía sentir su aliento mezclándose con el mío, la tensión eléctrica que crujía en el aire.
Mi teléfono vibró violentamente en mi bolsillo, rompiéndoel momento.
Me aparté bruscamente, sacando el dispositivo. Un mensaje de mi contacto:
"¿Qué diablos está pasando? Hay otro jugador. Alguien más la está acechando. Averigua quién o el trato se cancela."
Alcé la vista hacia Helena, que me observaba con expresión herida y confundida.
—Tengo que hacer una llamada —dije fríamente, necesitando distancia antes de cometer un error imperdonable—. Cierra la puerta con llave. No abras a nadie que no sea yo.
—Dante...
—Ahora, Helena.
Salí de la habitación antes de que pudiera detenerme. Antes de que pudiera ver la verdad en mis ojos.
En el pasillo desierto, marqué el número de mi contacto.
—Habla —respondió la voz distorsionada.
—Alguien más está jugando. Y no soy yo.
—Imposible. Nadie más sabe...
—Pues alguien sabe. Y si no descubro quién, todos perdemos.
Colgué y me recargué contra la pared. La fotografía de Helena durmiendo me perseguía. Alguien había estado en su habitación. Alguien con acceso, con recursos.
Alguien peligroso.
Revisé las cámaras de seguridad desde mi teléfono. Todo parecía normal. Demasiado normal.
Entonces lo vi: un destello en una de las cámaras del perímetro. Una figura encapuchada, apenas visible por una fracción de segundo antes de que la grabación se cortara.
Mi sangre se congeló.
Conocía esa forma de moverse. Esa economía de movimientos. Era un profesional. Como yo.
Mi teléfono vibró de nuevo. Esta vez, el mensaje venía de un número desconocido:
"Ella no es tuya, Salazar. Abandona ahora o la próxima foto será de su cadáver."
Un segundo mensaje llegó. Una imagen.
De mí. Entrando a la habitación de Helena hace apenas cinco minutos.
El mensaje era claro: alguien me estaba vigilando a mí también.
Y ese alguien sabía exactamente quién era yo y por qué estaba aquí.
El juego acababa de volverse mortal.







